Y es que a veces el sentimiento de abandono es la gasolina que nos mueve, la grasa que engrasa el mecanismo que es nuestro pensamiento inmediato y exagerado. El punto de ebullición de mis entrañas es cada vez menor, a medida que el tiempo hace mella en la superficie de mi piel, una piel acobardada por los errores jamás cometidos. Por eso es que me gusta gozar estos pequeños y deliciosos momentos a su lado, por que sé que pronto me sumiré de una soledad insípida, incolora, temiendo que cada milímetro que las agujas del reloj recorren podría ser el último de mi vida. Mi vida catastrófica, allanada por el sentimiento perpetuo de su marcha.
En ocasiones cierro los ojos y pienso por un segundo en su sonrisa. A pesar de que la tenga justo delante de mi, me gusta ignorarla cuando me habla, pestañear profundamente y sentir el cálido roce de la palma de su mano en mi mejilla en contraste con la helada fijación de su mirada.
Me abandonará, estoy convencido de ello. Y no la culpo, soy imbécil.
Jotaauvei