"Ven, quiero enseñarte algo"
Dijo el hombre extraño con una dulce sonrisa mientras me cogía de la mano y me arrastraba hacia un oscuro y húmedo callejón. Pero no se detuvo allí. Tras la desagradable callejuela doblamos la esquina para entrar en otro pasaje si cabe aún más repugnante. Estaba lleno de basura, de la que no huele bien, pocas lo hacen de hecho, pero era la expectación la dueña de mis sentidos en aquel momento y no podía concentrarme en definir el posible origen de los hedores que acosaban sin piedad a mis fosas nasales.
Así continuamos caminando a un paso algo acelerado que muchos podrían ya no considerar caminar. A mi mente llegaban voces extrañas; me asaltaban personalidades ajenas que me recordaban constantemente que, más que pasear, lo que estábamos haciendo era un rollito más power walking. Como te digo, eran voces de otros, yo no hablo así.
Todo esto, te recuerdo, mientras el hombre tiraba de mí. No es que yo opusiese demasiada resistencia, la justa para que se creyera que podría conmigo en una pelea a puñetazos. Pero tampoco me dejaba llevar como una damisela dando saltos por un prado con su galán amado segundos antes de perder la virginidad y horas antes de negarlo ante su futuro esposo.
El calor del suave roce de sus dedos por mi mejilla en el momento en el que nos conocimos todavía estaba latente. O quizás no era calor sino algún tipo de infección. Notaba la zona dolorida y algo hinchada, casi palpitante. Y no era todo lo que en mi palpitaba en aquel momento. Mi corazón. Mi corazón latía al ritmo de nuestros pasos cada vez más acelerados, aunque apenas habíamos recorrido seis o siete metros.
Tropecé y caí al suelo pero no, el hombre no paró. Me arrastró por lo que me pareció una avenida llena de adoquines y asfalto recién vertido, hasta que de alguna forma pude recomponerme. El ser humano, ¿eh? Ante las adversidades es capaz de cosas increíbles, cosas que dejarían atónitos a otros seres humanos e incluso a algún animal que otro.
Se detuvo.
Tragué saliva. Me daba la espalda pero podía notar que estaba considerablemente cansado, más que yo. Pero claro, yo hace mucho tiempo que subo por las escaleras de mi edificio todos los días, lo que me ha proporcionado una mejora considerable en mi resistencia y unos fuertes gemelos con los que podría partir nueces. Al fin y al cabo, vivo en un piso diecinueve.
El hombre se giró lentamente. El tiempo pasaba tan despacio que casi podía notar como las gotas de sudor fluían por mis poros, inundaban mi frente y todo mi rostro, y se evaporaban en el aire. También tenía los sobacos empapados que daba asco.
Me miró, y con suma delicadeza introdujo su mano en el interior del bolsillo de su camisa. La sacó abruptamente enseñándome su dedo corazón, vamos, haciéndome el corte de manga. Echó a correr y no lo volví a ver jamás.
Jotaauvei